“Una canción te cantaré
Cuando la noche ya esté aquí
Y por el cielo volará
Cada palabra para ti
(…)
Cuando en el cielo
Tibio de un dragón
Se encienda mi canción
Para un sueño mejor”
Canciones para no dormir la siesta
En la pasada edición nos referíamos a la forma en que los papás podían establecer un vínculo con el bebé antes de su nacimiento, a través de la música.
Cuando el bebé aún está en la panza de su mamá, imaginamos cómo será, qué rasgos tendrá, cómo será su carácter y sus gustos.
En el momento en que nace, aquello que estaba en el plano de la fantasía se materializa y es preciso una doble adaptación, de la familia que lo recibe y del bebé en su nuevo hábitat.
Los ritmos, las prioridades, las actividades cambian, hay un nuevo integrante que se hace sentir y que en el proceso de integrarlo probablemente se atraviese por momentos de alegría, disfrute, cansancio, nostalgia de algunas cosas que se perdieron. Esto merecería un capítulo aparte. Pero hoy nos detendremos en la manera en que este camino puede ser transitado en compañía de la música.
Al nacer, el bebé pasa de estar en un medio absolutamente protegido a uno mucho más expuesto. El recién nacido se enfrenta a varios desafíos al pasar del medio acuoso en el que se encontraba dentro del útero, al medio ambiente seco. Lo esperan muchos cambios, que podríamos resumir de la siguiente manera:
- Cambios táctiles y cinestésicos: dentro del útero hay una continuidad táctil ya que el cuerpo del bebé está en contacto permanente con el de la madre; así como también los movimientos de uno son también los movimientos del otro. Ahora, fuera de la mamá, el contacto con otras texturas, otras temperaturas, la posibilidad de moverse en superficies más amplias brindan una gran posibilidad de aprendizaje y desarrollo; así como también generan emocionalmente sensaciones de desprotección e inseguridad corporal que pueden ser compensadas con el acunamiento y la proximidad.
- Comienza a percibir olores y sabores.
- Con la vista empieza a percibir gradualmente las imágenes con mayor nitidez.
- Se dan varios cambios fisiológicos: adaptación a respirar aire, alimentarse, expulsar los deshechos, mantener la temperatura de su cuerpo y mantener el balance de líquidos.
- Por último, la percepción de los sonidos también cambia debido a que la propagación del sonido es diferente en un medio líquido a un medio gaseoso. A su vez, los sonidos del entorno de la mamá que el bebé percibía más lejanamente, ahora forman parte de su medio próximo sonoro. Y los sonidos (tanto fisiológicos como los de la voz) de su mamá que antes eran los más cercanos, ahora están más distantes.
Nos referimos a todas las afectaciones sensoriales porque la experiencia en el bebé se da integralmente y de nada serviría referirnos únicamente a lo sonoro.
Todo esto nos lleva a la importancia que tiene la práctica del acunamiento que genera, tomando los resultados de varias investigaciones, un efecto calmante.
Esto se debe básicamente a tres componentes:
- La proximidad corporal que tiene el bebé con el adulto que lo acuna (su olor, su temperatura, su voz y su ritmo).
- Las estimulaciones vestibulares: los cambios corporales propios del balanceo ayudan a que la escena visual se estabilice durante el movimiento, así como también posibilitan la incorporación de categorías tales como las de: ausencia – presencia; lejanía – cercanía.
- Las características rítmicas y melódicas de las canciones o frases que suelen acompañar el movimiento. Se trata de ritmos constantes y figuras repetitivas como puede ser una rima que ayudan en la incorporación de los tiempos de alimentación así como los de sueño y vigilia. A su vez, preparan al bebé para lo desconocido
Es habitual encontrarnos con personas que dicen “yo no puedo cantar ni el arrorró”. Sin embargo, al tener un bebé en brazos intuitivamente comenzamos a balancearnos y si dejamos que salga la voz, probablemente emitiremos un “ah ah”, con intervalos melódicos similares a los que tienen las canciones de cuna. Esto es porque son melodías (o proto melodías) fuertemente arraigadas que nos constituyen como sujetos musicales y que probablemente nos hayan sido transmitidas cuando éramos recién nacidos. Los bebés no pretenden grandes cantantes ni excelentes voces, necesitan nada más y nada menos que aquello que surge espontáneamente de la mamá, el papá o quien le esté cantando. La práctica del acunamiento es calmante y organizadora no sólo para el recién nacido. También lo es para el adulto que se encuentra con él, ya que de esa manera comienza a conocer cómo es el bebé, qué movimientos prefiere, cuáles canciones y palabras.
El mejor entorno sonoro para un recién nacido es el que surge más naturalmente en su contexto familiar. Para poner un ejemplo, algunas mamás o papás creen que lo mejor es encerrar a los perros cuando el bebé llega a la casa. Pero si el bebé durante el embarazo convivió con los ladridos de los perros, cuando luego los escuche serán tranquilizadores porque le resultarán familiares. Si bien es bueno evitar sonidos con volúmenes altos, no tiene sentido generar un silencio artificial que tampoco sentía el bebé cuando estaba en la panza de su mamá.
En cuanto a las músicas, que los papás escuchen aquellas que suelen hacer más disfrutables las tareas cotidianas es una buena forma de integrar al bebé a la nueva dinámica familiar.
Cantarle al bebé favorece el desarrollo saludable del niño. La memoria, el lenguaje, la comunicación, el razonamiento, la expresión de emociones y pensamientos se ven enriquecidos con el uso de la música. Esto nos queda para la próxima en que abordaremos la relación entre música y niñez.